Adcciones del siglo XXI, adicción a las compras, adicción a los centros comerciales, adictos a gastar dinero.

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Compradores y tiendas


Los sitios de venta, sean cuales sean, ejercen en los compradores un encanto específico. Cuando viajan, visitan las tiendas antes que los museos. «Todo lo que está bien presentado me atrae», dice Claire. Está atenta a todo, decoración,ambiente, luz, distinción de las vendedoras. Le gusta la novedad, pero también está apegada a sus costumbres. «En Chanel conozco a todo el mundo. Me preguntan por mis cosas. Me siento casi en familia.» Las vendedoras son «como hermanas», los vendedores los «hombres de mi vida». Conocen sus preferencias, la escuchan, aconsejan y tranquilizan,guían sus preferencias. Todo le va tan bien, todo parece estar hecho para ella. «No soy tonta, pero tengo la necesidad decreérmelo...»

¿Quiere esto decir que los compradores compulsivos son fieles y sólo frecuentan un almacén? No, naturalmente. Si bien entablan a menudo una relación privilegiada con una tienda, su necesidad de comprar es tal que se satisface en cualquier parte, según los trayectos y los viajes. Claire, tan ávida de vestidos, entra también en las librerías donde compra libros de arte, o guías turísticas de países adonde no irá, porque le faltarán los medios. «Incluso he comprado herramientas en la sección de bricolaje. El taladro no ha salido del paquete. No lo sabría usar.»





Paul es un comprador singular, amante de corbatas, de las que nos dice que ha comprado varios centenares desde hace un año. Con motivo de una depresión, acaecida después de su despido, nos encontramos a este cincuentón, un soltero más bien austero, meticuloso y ahorrador. «Cuando lo supe, todo se hundió. He perdido mis referencias y mi razón de vivir. ¿Qué es un contable que ya no cuenta?» Paul ha gastado en un año una atractiva indemnización por despido. Proyectando comprar un ordenador para crear un site de consejo financiero, se paraba invariablemente en una tienda de los grandes bulevares, donde acabó por ser conocido. «Por qué corbatas? Lo ignoro. Durante años me ponía siempre las mismas. Tengo centenares, que no me pongo. La idea de ser elegante, de seducir, de encontrar trabajo, quizás... Es un poco mágico pero estúpido. Después de la compra, me siento mejor. Pero no dura mucho. No deberían haberme dado esta indemnización, era demasiado.»

El placer de comprar es particularmente intenso en el momento de pagar. El entorno, los vendedores, el hecho de escoger objetos -a veces con gran rapidez-, parecen preparar ese momento intenso que es el de la transacción de dinero. «Me gusta pasar por la caja cargada de paquetes -cuenta Clara-, allí es donde de verdad me siento segura y feliz.»

Los compradores, sin embargo, no desdeñan las facilidades de la tecnología. No se trata tanto de la telecompra, cuya lentitud no autoriza las locuras, como de compras por internet, donde todo puede ser adquirido al instante: objetos, vestidos, comida, libros, viajes, y donde abundan las subastas.
«Desde hace algunos meses, nos confía Jéróme, paso mis noches en la red... Descubrí las subastas por casualidad. Compro cualquier cosa, figuritas, cuadros, muebles. No son los objetos los que me atraen.

Es pujar, ganar contra desconocidos. Es un poder en manos de un ratón.» ¿Una nueva "raza" de compradores compulsivos? Sin ninguna duda, y la red, si bien priva del espectáculo de la venta, ofrece a los "enganchados" el anonimato, la excitación casi virtual de una compra de remordimiento diferido y la disponibilidad de un lugar sin horarios. A decir verdad, tanto si frecuentan los grandes espacios como internet, los compradores compulsivos sólo adquieren objetos virtuales, cuya materialidad les estorba sindarles satisfacción.

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