Adcciones del siglo XXI, adicción a las compras, adicción a los centros comerciales, adictos a gastar dinero.

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El sentido de las compras


No todas las compras compulsivas están relacionadas con la depresión. Karl Abraham, discípulo cercano de Freud, se interesó por los adolescentes cleptómanos y detectó traumatismos graves en sus infancias : «Un niño que se haya sentido abandonado o herido puede intentar robar en la edad adulta para procurarse un sustituto de placer y, a la vez, vengarse de aquellos que habían sido injustos con él."

 Los compradores compulsivos cuentan igualmente en su haber con dificultades en la infancia, se trate de violencia, de traumatismos sexuales o, más a menudo, de un sentimiento de abandono o de desinterés por parte de sus padres.

Armelle, una joven estilista compradora desenfrenada de ropas y joyas, evoca su antiguo sufrimiento: «Iba horriblemente mal vestida. Mi madre escogía vestidos amorfos y pasados de moda, a menudo los de mis hermanas. Me ha quedado la impresión de estar siempre a disgusto dentro de mi ropa. Para sentirme mejor, tengo que cambiarme varias veces al día. De hecho, sólo me encuentro elegante la primera vez que me pongo un vestido. Necesito complementos, collares, broches, que renuevo sin cesar. Desde hace algún tiempo, llevo cosas un poco extravagantes, para que la gente se fije...»

Comprar de este modo quizá sea querer consolar al niño que uno fue ofreciéndole «regalos a través del tiempo». Para otros es al contrario: encontrar, a través del objeto, la felicidad y la seguridad de la infancia. «Mi padre, divorciado de mi madre, -nos dice Solange-, colmaba todos mis deseos. Cada vez que salíamos me llevaba a una tienda y me dejaba escoger, el precio no importaba. Sin duda empecé a confundir los regalos y el amor. Cuando compro perfumes encuentro aquella emoción de niña. Con los brazos cargados de paquetes, me siento más fuerte y querida...»






Gastar su dinero, y sobre todo el de los demás, puede expresar también una cierta agresividad. Para expresar su insatisfacción o su ira, ciertos adolescentes en crisis y algunos hombres y mujeres insatisfechos en su vida conyugal pueden dilapidar sus recursos familiares.



Sébastien tiene 18 años y tiene a sus padres preocupados con sus gastos múltiples, ya que para procurarse dinero miente sobre sus gastos escolares, o sobre unos cursos de música a los que no asiste. Una vez descubierto nos expresa su protesta, sin sentirse culpable. «Ellos ahorran todo lo que
ganan. Colocan su dinero en acciones y pretenden más tarde ayudarme a instalarme en la vida. No quiero saber nada de su lógica de banqueros. Quiero disfrutar de la vida enseguida.»




«El dinero le quema en las manos... -dice su padre-. De hecho, lo que rechaza son nuestros valores.»
Por su parte, Jeanne es desgraciada, con los cincuenta cumplidos, con un marido que ella encuentra ausente y triste: «En nuestro matrimonio nada podía cambiar. Quise cambiar el entorno. Empecé a comprar como una loca: muebles, objetos de arte, cortinas; a equipar de nuevo la cocina. Estoy
fascinada por las telecompras y los catálogos de venta. Esas fotos de familias ideales, reunidas alrededor de su felicidad, me hacen soñar...»


También son agresivas las compras de esas dos adolescentes, hijas de una pareja de padres ricos y muy ausentes. «Nuestra agencia de publicidad devora nuestra vida, -explica Sophie, que se siente inquieta y culpable-. Nuestras hijas sufren por ello. Para mantenernos en contacto, les enviamos e-mails y las cubrimos de regalos. La mayor, Emile, se está volviendo muy exigente. Nos está arruinando con sus llamadas desde el móvil y en productos de belleza. Quiere probar nuestro afecto, naturalmente... saber hasta dónde vamos a aceptar sus caprichos... quiere estar segura de que nos importa.»


Cuando la agresividad no puede ser dirigida contra otro se interioriza y se dirige contra uno mismo. Algunos compradores compulsivos se comportan como verdaderos masoquistas, obteniendo un oscuro placer en el hecho de venir a menos y arruinarse. Esta interpretación puede parecer un poco fácil y debe contemplarse con prudencia, cuando la búsqueda deliberada del fracaso y sus dificultades se ve clara en la relación con el sujeto. Según el psicoanalista Sacha Nacht, el masoquismo moral comporta un «sentimiento constante de pena, de sufrimiento más o menos indefinido, de tensión afectiva y, sobre todo, de insatisfacción, una necesidad de quejarse, de mostrarse desgraciado, incapaz, aplastado por la vida.

En algunos afectados por de las compras, la resistencia al cambio, el apego a un conducta destructora parecen poner de manifiesto que pueden sacar un cierto placer del sufrimiento, del fracaso y de la necesidad psicológica de "ponerse en peligro".

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