Adcciones del siglo XXI, adicción a las compras, adicción a los centros comerciales, adictos a gastar dinero.

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Un hambre que no se sacia


El placer de comprar, como la mayoría de las conductas humanas, alterna el deseo, su cumplimiento y la saciedad desde el momento que aquel está satisfecho. Los límites fijados a nuestras compras, incluso si llegamos a sobrepasarlos, están controlados por reglas internas en las cuales se equilibra la envidia, la necesidad, la justa apreciación de nuestros recursos. Los compradores compulsivos, verdaderos bulímicos del gasto, no se sacian jamás. Buscan un objeto ideal, revestido de virtudes simbólicas, a las cuales el objeto real, rico de todas las ilusiones antes de su compra, no puede acercarse. Así van ellos, de compra en compra, de la ilusión a la decepción, de las tentaciones del objeto virtual, de la emoción fuerte de la compra, a los remordimientos de un despilfarro de pura pérdida.

Esta ilusión es tenaz y no tiene en cuenta las realidades: objetos olvidados desde su adquisición, dificultades financieras, reproches del entorno.



Volvemos a encontrar a Clara, que ha tomado consciencia de sus ideas pasadas. «En las tiendas, lo quería todo, todo me tentaba. No pensaba ni en mis necesidades reales, ni en las ocasiones de llevar un vestido, ni sobre todo en el dinero. Como que dudaba a menudo entre los modelos y los colores,
los compraba todos, muy deprisa, sin reflexionar. Mi temor era perder la buena compra. A la mañana siguiente, contemplando mi botín, estaba segura de haber olvidado la mejor falda en la tienda... Pero no importaba. Iba a buscarla, y todo volvía a empezar

Kim, por su parte, sueña con electrodomésticos. Refugiada camboyana, hija de un diplomático exiliado, Kim vive con dificultades en Francia, entre un marido autoritario al que no ama demasiado y un oficio de poca monta que ella siente como degradante. Kim lo ha comprado todo en varios meses: la lavadora, el televisor, el lavavajillas -a pares-, aparatos no salidos de sus embalajes, que van cogiendo polvo en un sótano, donde quiere olvidar que existen. «Quería lo mejor, lo más perfeccionado. Pero en mi cocinita no cabía todo y no me servía de nada. Mi marido pensó que estaba loca y pidió el divorcio.» Según confesión propia, Kim busca volver a encontrar a través de sus compras la opulencia de su «juventud dorada». Cuando la conocimos estaba sola, divorciada, llena de deudas y sin recursos.

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